Con el Fútbol, ha transformado la vida de niños y jóvenes de origen mexicano en EUA
POR ARIADNA GARCÍA
En el noreste de Los Ángeles, California, el nombre de “Don” Raúl Macías es bien conocido.
Esas canchas de fútbol que ayudó a crear durante su activismo comunitario han servido para que centenares de menores y adolescentes desarrollen su potencial deportivo, aprendan a cuidar del medio ambiente y, sobre todo, aprendan valores y a ser buenos ciudadanos.

Nacido en Guadalajara, Jalisco, Macías carga entre sus hombros una de esas tantas historias personales de emigración hacia Estados Unidos. Le tomó seis intentos para lograr su objetivo: instalarse en suelo estadounidense para trabajar, generar recursos, ayudar a su familia en México, hablar inglés y de paso, triunfar, ser reconocido, pero principalmente ayudar a la comunidad.
En 1974, un joven Raúl Macías, de apenas 21 años, contaba con un trabajo en una fábrica de confección en México, no con el ingreso económico perfecto, pero “ahí la llevaba”. Un amigo suyo, regresó de Estados Unidos y le contó que había posibilidades de triunfo. Así lo convenció de dejar su tierra natal. A la larga, Macías se dio cuenta que este amigo solamente lo hizo renunciar a su puesto en la fábrica, para quedarse en su lugar.
Vida en Estados Unidos
Llegó a Long Beach a hacer lo que todo migrante: trabajar y trabajar, primero en un café en donde la labor era toda la noche y por hacer la limpieza le pagaban 2.35 dólares. No estuvo exento de las verificaciones migratorias y el acompañamiento de la suerte.
La ambición de este mexicano era trabajar en lo suyo: la confección., hecho que no lograría en Long Beach, así que un día, tomó un autobús para viajar a Los Ángeles.
“Cuando llegué a Los Ángeles se me pareció tanto a Guadalajara, porque puro paisano encontré y también negocios de tacos. Yo decía, esto es Guadalajara”, indicó.
Macías ubicó la zona en donde estaban las fábricas de ropa; pidió trabajo; le preguntaron qué sabía hacer y su respuesta fue la llave de entrada: cortar, marcar, tender, hacer patrones, entre otros.
Pasó por al menos dos trabajos en la industria de la confección, se dio a conocer. En una fábrica, en la cual duró 10 años, tampoco libró a migración, pero la suerte lo tuvo de la mano, y es que, por alguna razón, la gente pensó que él tenía papeles regulares, tan es así, que los dueños de la fábrica quisieron enviarlo a Israel para que aprendiera a utilizar una máquina. El viaje, por distintas razones, no se dio.
Don Raúl Macías siguió su camino en la confección y se hizo de clientes hasta que fundó su propia fábrica al lado de su esposa y con quien rentó un espacio de unos 3 mil pies. El trabajo no faltó y el espacio comenzó a ser pequeño, fue entonces que alquiló otro lugar de 35 mil pies en donde llegó a tener hasta 165 empleados.
En Los Ángeles, con su fábrica en plenitud, Don Raúl Macías recibió la visita de jóvenes que le pidieron ayuda para su equipo de fútbol. Les dijo que sí, pero no gratis, cada semana debían llegar con el reporte sobre el crecimiento del equipo.
La sorpresa fue que el equipo nada más no ganaba una, así que se dio a la tarea de ir ver el lugar en donde entrenaban y encontró que el entrenador solamente estaba sentado en una piedra con una caguama (cerveza) en la mano.
Entonces se hizo cargo del equipo al cual le cambió nombre, de Los Chapulines pasó a llamarse Anahuak, un vocablo náhualt que significa cerca del agua.
La cosa no fue fácil, pues conseguir campos para jugar lo llevó a enfrentarse con funcionarios de Parques y Recreación, de la ciudad de Los Ángeles, y todo para conseguir un permiso.
Al lado de la maestra y activista, Nancy Smith, Don Raúl pudo conocer a personas del Ayuntamiento. Así, comenzó la travesía y el enlace con políticos de la ciudad, a través de los cuales se abogó por más canchas de fútbol para menores. Al obtener el permiso, Don Raúl pudo llevar su liga a Glassell Parky, todo por la presión que se ejerció.
Para el naciente siglo XXI, Macías se sumó al debate con Taylor Yard, un sitio ferroviario en Cypress Park y el cual estaba abandonado. La lucha fue hacer del lugar un parque y para lo cual hubo que enfrentarse a grandes empresas.
Así, Raúl Macías se convirtió también en activista. Movió a la comunidad para que asistieran a reuniones y presionar. Así, en 2006, Taylor Yard abrió un parque con humedales y espacios recreativos incluidas cuatro canchas de fútbol.
Con Anahuak hoy organiza y anfitriona ligas de futbol para menores de 19 años, pero también se involucra en la conservación de parques y espacios libres. Recibe donaciones de parte de distintas organizaciones incluyendo autoridades como la de Conservación y Recreación de las Montañas.
Son niñas y niños que se ven beneficiados con la única intención de formar buenas y buenos jugadores, crear buenos ciudadanos.
Don Raúl cerró su fábrica, hace ya tiempo, y se dedicó a vivir de bienes raíces. Supo hacerla: adquirió inmuebles los cuales hoy renta, y es así como dedica su vida a su pasión por el deporte y servicio social.
Don Raúl Macías, hoy, además, es el coordinador de la Comisión de Deportes de la plataforma binacional Fuerza Migrante.
Los intentos para cruzar
Dejó a su familia atrás, llegó a Tijuana, Baja California, con una tía, y desde ahí empezó la travesía. Su primer intento para cruzar le costó 250 dólares y no lo logró.
Un segundo intento, un tercero y nada. Macías decidió, entonces, quedarse a trabajar en Tijuana, en un taller en donde se dedicó a cortar tela y hacer patrones de confección. Pero su visión siguió en Estados Unidos.
Un cuarto intento y fracasó nuevamente.
Para el quinto intento de cruce, Macías lo intentó junto con un cuñado suyo y la historia la relató entre carcajadas: “En el camino pasamos por un llano y se nos vino un mosco (helicóptero) encima, nos empezamos a esconder por los matorrales. Mi cuñado se aventó a un matorral pero resultó que era una piedra, ahí perdió un zapato. Yo traía en una bolsa unos tenis gigantes, debía tirar la bolsa pero no lo hice. Se puso los tenis pero eran enormes y todo mundo se nos quedaba viendo. Nos revolvimos con la gente, al bajar de un puente, a mí la migra me dejó pasar pero a él no, así que me regresé con mi cuñado y ahí quedó el quinto intento”.